viernes, 7 de mayo de 2010

Zelig y La rosa púrpura de El Cairo


En mis primeros días por Oriente Próximo y en un paréntesis de The Wire (que en un momento veréis que no ha sido tal), decidí verme estas dos películas clásicas de Woody Allen que desconocía (los numerosos lectores del blog son ya conscientes de mi casi analfabetismo cinematográfico).

Zelig
(1983) les gustará a los aficionados a la parte técnica del cine. Es un documental en blanco y negro sobre el extraño caso del hombre camaleón que sorprendió a la opinión pública neoyorquina de los años treinta: Zelig adopta irremediablemente la personalidad y la apariencia de quienes lo rodean, desde que en su infancia le preguntaron si había leído Moby Dick y tuvo vergüenza de decir que no. Sólo el amor de la psiquiatra que se hace cargo de su caso (cómo no, Mia Farrow) podría sanarlo de su extraña enfermedad.
Según leo por ahí, es la primera película, mucho antes de Forrest Gump, donde se superponen imágenes sobre imágenes antiguas, y se hace bien: es decir, que vemos a Woody Allen integrado con naturalidad en imágenes de documentales de los años 30, junto a Hitler y cosas por el estilo. Tiene otros alardes técnicos y también otras sorpresas "extra-literarias", como que, por ejemplo, participa Susan Sontag (!). En cambio, en lo que hace al guion no es la mejor película de Woody Allen, por más que, para mi sorpresa, vea escrito por ahí. Entra en el género woodyallenesco de comedia fantástica/absurda (Scoop, La última noche de Boris Grushenko, cada una a su manera).

En La rosa púrpura de El Cairo (1985) la protagonista es de nuevo Mia Farrow, encantadora, tierna y maravillosa. Es la protagonista absoluta, Woody Allen no sale. La película es costosa de ver cuando, en mi caso, te esperabas algo completamente distinto; sin embargo, es una interesante mezcla del Woody Allen de los planteamientos humorísticos fantásticos, de la comedia de enredo e inseguridad amorosa, y del drama centrado en una mujer. Ya digo que se me hizo algo tediosa; sólo por el papel de ella, sin embargo, vale la pena. El final deja un regusto sorprendentemente triste.

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